Puedes continuar sintiendo que no comprendes tu vida, que no te comprendes a ti mismo y que te ha tocado vivir un mundo gris o puedes hacer terapia y conseguir tu mejor versión.
Ser psicólogo, uno bueno, no es sólo haber estudiado una carrera y no sé cuántos másteres. Ser un buen psicólogo es haber vivido muchas cosas. Decía un maestro mío que, a la hora de elegir psicólogo, elegiría al que más heridas tuviese. Sólo te diré que la vida es buena maestra, cobra caro, pero enseña bien.
Si me eliges como psicólogo, vas a depositar mucha confianza en mí, por lo que permíteme que empiece contándote algo de mi vida. Mi familia no era muy estructurada, ya sabéis, de esas familias de los 80 donde los padres no tienen una buena relación. No tuve muchas oportunidades para socializar, pues la etiqueta de una familia complicada pesaba más que yo mismo. Soy psicólogo porque desde mi infancia he tratado con personas muy infelices por sus problemas de personalidad, y por ello decidí que quería ayudar a otros a sacar la mejor versión de sí mismos. Quizá fruto de estas dificultades y conocer el dolor, nació mi vocación por comprender y ayudar a los demás.
Un día de los que duelen, de los que duelen mucho, comprendí que quería especializarme en conocer el dolor para poder ayudar a otros a comprenderse mejor, ayudarles a gestionar el sufrimiento, ayudarles a salir del dolor o a minimizarlo al menos. En mis inicios (hace ya ‘algunos’ años) y siendo mucho más ingenuo, pensé que al acabar la carrera lo conseguiría, después pensé que necesitaba un Master y otro y otro. Hoy, con algunos másteres y más de dos mil pacientes tratados, pienso que me queda mucho por aprender para poder ayudar más, pero he aprendido mucho de mis pacientes.
Con mucha frecuencia digo que quienes más me han enseñado son mis hijos y mis pacientes.
Recuerdo un día, en una clase de la facultad, que la profesora dijo «Todos los que estudiamos psicología, la estudiamos por algo». En aquel momento comprendí que el dolor es algo intrínseco en los psicólogos. De alguna manera intentamos ser nuestros propios terapeutas. Lo mejor de esto es que, después, se nos recomienda hacer terapia.
¿No es una paradoja que estudiemos psicología pensando que podría ayudarnos a nosotros mismos, y finalmente acabemos haciendo terapia para poder ayudar a los demás?
Todos los días vemos en consulta el dolor de la vida, dolor por depresión, dolor por querer tenerlo todo controlado, sufrimiento por no saber qué pasará ante diferentes situaciones, desesperación por una adicción, infidelidades, miedos, inseguridades y otras muchas manifestaciones de dolor.
Cuando nos sentimos perdidos, lo más complicado es aceptar pedir ayuda. Ya has hecho lo más difícil, buscar ayuda. Por favor, sea en nuestra clínica o en otra, no dejes de cuidar tu vida, cuida tu mente.
Soy una persona con mucha suerte, un psicólogo «suertudo». Para mí es muy importante la alianza terapéutica ¿Y eso que es? Te preguntarás. La alianza terapéutica es el vínculo entre paciente y psicólogo. Los psicólogos tenemos un código deontológico y no podemos tener con nuestros pacientes ningún otro tipo de relación que no sea la terapéutica. Esto no se hace por ser fríos o distantes sino para proteger la terapia. Pues bien, decía que tengo suerte porque la alianza terapéutica necesita que el paciente confíe en el psicólogo y se relaje, que conecte, sin existir nada más y nada menos que una relación terapéutica y casi siempre los pacientes y yo conseguimos una alianza terapéutica excelente, y eso creo que es por la vocación que desde mi infancia he tenido por esta bonita profesión y por ayudar a los demás.
Lo más valioso que tenemos los psicólogos es la confianza de nuestros pacientes, esa alianza terapéutica. Esa es la verdadera joya de los que tocamos las almas humanas. Como profesionales, debemos ser humildes, entender que somos un faro, sólo un foco, nada de egocentrismos pensando que somos salvadores o que tenemos una varita mágica. Podemos arrojar luz sobre actuaciones que el paciente no ha sabido generar
Me gusta muchísimo la terapia, me gusta tanto que con frecuencia menciono esa frase que dice «Dedícate a algo que te gusta y no trabajarás ningún día de tu vida».
Con terapia alcanzaras tu mejor versión. Puedes hacer terapia y alcanzar tus objetivos o puedes no hacerla y continuar quejándote de que la culpa es de este o de aquel por no satisfacer tus necesidades. Hacer terapia es enfrentarse a uno mismo para sacar nuestra mejor versión y de este modo evolucionar acercándonos a nuestros objetivos personales de pareja, sociales, o de familia entre otros. Asume que, para ser tu mejor versión, el trabajo tienes que hacerlo tú, no podemos obtener tu mejor versión pidiéndole a otro que cambie y se adapte a lo que tu necesitas, eso es seguir en la zona de confort y no es evolucionar.
Es frecuente en consulta que los pacientes hablemos de felicidad. Pues bien, sobrevaloramos la felicidad. La calma, la paz, la tranquilidad son emociones que pocas veces tenemos en cuenta, y de las que sólo nos acordamos cuando las hemos perdido. Sin embargo, son la base para la felicidad.
La terapia nos aporta equilibrio, comprensión de uno mismo. Esa sensación de encajar las piezas del puzle de tu vida y comprenderte mejor a ti mismo. La terapia nos educa en la resiliencia, es decir, en la capacidad de salir fortalecidos de una situación muy compleja, igual que esa infancia complicada de la que te hablé antes me ha permitido desarrollar unas buenas cualidades para ser psicólogo.
Es posible conseguir esa metamorfosis y convertirnos en una persona diferente. Sin duda es posible, pero requiere un proceso de terapia, necesario y muy interesante. Recuerda que La terapia duele, pero duele mucho más no hacer terapia.